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Los Tufos del Narco: Continuación de Sicilia Falcón y la CIA; 1975-1977
José Luis García Cabrera
Con menos de treinta años de edad, el cubano Alberto Sicilia Falcón se había convertido en un maestro de los narcos mexicanos y adueñado de la ciudad de Guadalajara; había ampliado su centro estratégico de operaciones de Tijuana, donde consolidó su organización y tejió su red de influencia y contactos; incrementó su poder económico y político y se mantuvo alejado de las investigaciones estadounidenses y, mediante sus muchas relaciones en México, logró completa impunidad.
Uno de sus contactos en México era el rejoneador de San Luis Potosí, Gastón Santos, hijo del general y ex gobernador de esa entidad, Gonzalo N. Santos, a quien todo mundo conocía por su rampante corrupción. Su socio Gastón era miembro de la “familia revolucionaria” y, por lo tanto, intocable.
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Cuando los miembros de su organización vieron su vertiginoso crecimiento, en especial Alberto Barruetta, comenzaron a exigirle mayor porcentaje y a querer trabajar de manera independiente. Para evitar la fractura, Sicilia ideó la manera de incrementarles las ganancias. Después de darle algunas vueltas al asunto y de llegar a una solución que beneficiaría a todos, un día, sin mayor explicación, citó a los miembros de su banda en su residencia de Acapulco, a donde organizó una fiesta en la que abundaron bellas mujeres, vino y drogas.
Al día siguiente, muy de mañana, tres camionetas repletas con hombres fuertemente armados rodearon la residencia. Cuando Sicilia salió a su encuentro, el jefe de los recién llegados se apeó de uno de los vehículos y, a excepción de Barruetta, con asombro todos vieron como con familiaridad el cubano le saludaba efusivamente. Acto seguido, ambos se encaminaron a una de las habitaciones de la residencia, para hablar en privado.
Barruetta sabía de las conexiones de Sicilia con los grupos subversivos de Guerrero. Estaba al tanto de que mediante Gastón Santos los guerrilleros le enviaban los cargamentos de mariguana que ellos mismos producían a las casas de seguridad de Sicilia en Mexicali. A través de estas transacciones, los guerrilleros conseguían armas y abastecimiento.
Para entonces, Sicilia, que siempre estaba alerta, se había percatado de la actitud de Barrueta. Por vez primera tomó en serio sus exigencias y deseos de seguir en el negocio, pero con su propio grupo.
Sicilia no dijo nada, pero creyó conveniente encargárselo a Michael Decker, el apuesto y frío asesino a sueldo que la CIA le había recomendado por su crueldad y gusto por la sangre, pero sobre todo su ambición por el dinero “fácil”. Decker, en efecto, era un matón estadounidense al que Sicilia le pagaba ocho mil dólares por trabajo ejecutado. Y era tan eficiente y cumplidor que, en alguna ocasión, le cubrió doscientos mil dólares por el trabajo de un mes.
La reunión con los guerrilleros duró tres horas, en la que aceptaron el plan propuesto por Sicilia. Una vez que éstos se retiraron, para informarles al respecto el cubano invitó a sus cómplices a un restaurante de la costera de Acapulco, para detallarles su plan y los resultados obtenidos. De entrada les prometió que a partir de esa fecha sus ingresos se multiplicarían al doble. Es decir, quienes ganaban cuarenta y cinco mil dólares por tonelada, una vez encaminado su plan, recibirían de noventa mil a cien mil dólares.
–¿Cómo? –preguntó con evidente avaricia uno de sus compinches.
–Vamos a controlar toda la mariguana de México –contestó el cubano–. La idea es monopolizar toda la yerba que se produzca en el país –agregó.
Luego procedió a explicarles en qué consistía su plan y el papel que en éste jugaría la guerrilla de Guerrero. Les dijo que los guerrilleros –necesitados siempre de recursos para sostener su movimiento–, les abastecerían de un primer cargamento de cien toneladas de mariguana, y se comprometían a suministrarles similares cantidades cada vez que fuera necesario.
La segunda parte de su plan fue la que realmente arrancó exclamaciones de admiración de sus compinches, al comprobar que el cubano realmente tenía en un puño a las autoridades de los tres niveles del Gobierno: municipales, estatales y, sobre todo, federales.
Explicó que sabiendo que la mayor fuente de mariguana era Sinaloa, había sobornado a las autoridades de la PGR (responsables de la Campaña Permanente de Lucha Contra las Drogas que en febrero de 1975 ordenó se realizara en los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua), para que concentraran sus ataques en ese estado.
Sin abundar en detalles, les dijo que de las operaciones de la DEA no se preocuparan, pues la agencia antinarcóticos sólo hacía lo que le permitiera la PGR. En decir, sobornadas las autoridades de la PGR éstas sólo atacarían los campos sinaloenses de donde se proveían sus competidores. De esta forma, mediante los guerrilleros guerrerenses su organización monopolizaría la mayor parte de la mariguana que se produjera en el país.
Dicho esto, Sicilia y su banda siguieron la fiesta en aquel restaurante de la costera de Acapulco. Cuando días después Alberto Barruetta dejó de asistir a las reuniones del grupo, nadie preguntó por él. No había necesidad, Michael Decker había hecho su trabajo y cobrado otros ocho mil dólares.
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Para 1975, además de la mariguana, desde Tijuana Sicilia ya también incursionaba en el negocio de la cocaína sudamericana y la heroína europea. Más aún, se abría camino silenciosamente dentro de la jerarquía política mexicana para entrar a la producción y el tráfico de armas.
Sin embargo, el endurecimiento en las inspecciones estadounidenses lo convenció de dejar Tijuana y mudarse a la ciudad de México, donde ya contaba con bastantes relaciones políticas. Antes, se reunió con Gastón Santos y James Morgan, dueño de Morgan Arms Company, para probar el arma que el estadounidense pretendía venderles.
Durante la reunión, Morgan les explicó que para producir esa arma en Portugal (un rifle con mira telescópica láser) requería de diez millones de dólares. Sicilia quería el arma para intercambiarla por droga a los guerrilleros de Guerrero, o venderla a otros grupos subversivos de diferentes partes del mundo. Según Morgan, con esa inversión se podrían hacer de trescientos a quinientos millones de dólares el primer año.
Con lo que no contaba Sicilia era que la evidente protección que se le brindaba tanto en México como en Estados Unidos, había comenzado a llamar la atención de otras agencias estadounidenses. El FBI sospechaba que trabajaba como doble agente para los soviéticos; la DEA creía que era un informante de la CIA, que delataba a los guerrilleros mexicanos a cambio de libertad de acción.
Nadie, a excepción de la CIA, desde luego, sabía que a través de sus operaciones, además de armar a las guerrillas latinoamericanas para que los gobiernos esos países solicitaran ayuda militar de Estados Unidos, lo que realmente se buscaba era desestabilizar al gobierno mexicano, para que las corporaciones estadounidenses pudieran manipular con más facilidad la industria petrolera de México.
Cuando Sicilia se enteró de todo lo que el FBI y la DEA decían de él, se encogió de hombros, gesticuló cómicamente con manos, y sonriendo dijo:
–¡N’ombre! Yo sólo tengo algunos amigos rusos, a los que no les interesa la política; y a la CIA sólo la conozco por las películas de espías y los periódicos.
Nadie más que él sabía que además del apoyo de la CIA, había crecido dentro del mercado de las drogas gracias a la información que recibía de algunos agentes de la DEA que mantenía en su gruesa nómina de sobornos, entre ellos el asistente del director regional de la DEA en Nueva Orleáns, Joseph Baca, a quien había enriquecido como jamás éste lo había soñado.
Pero la sonrisa se le hubiera borrado de los labios, si se hubiera enterado que desde finales de 1974 el gobierno estadounidense había creado una organización policial y de inteligencia específicamente para perseguirlo y atraparlo junto con su pandilla, tanto en México como en Estados Unidos, denominada CENTAC 12, con independencia del resto de las agencias gubernamentales.
En su primera fase, CENTAC 12 buscaba desmantelar la red de traficantes que Sicilia manejaba desde México con fuentes de abastecimiento que incluían Sudamérica. Una vez capturado, la segunda fase consistiría en desmantelar las fuentes de abastecimiento de la organización del cubano. Segunda fase que entraría en operación desde el mes de agosto de 1977 a diciembre de 1978, cuando Sicilia ya hubiera sido capturado (extracto del fascículo 2 de Los Tufos del Narco: Caro Quintero El Capo Viejo).
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