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Economía y Política, dos caras del mismo problema
Aquiles Córdova Morán
@aquilescordova
La íntima relación entre economía y política, la primera como causa y la segunda como efecto cuando se las observa desde cierto ángulo y en un momento determinado del desarrollo social, y luego, cuando se las estudia en otro momento y desde otro punto de vista, el cambio recíproco de sus papeles (la política como causa y la economía como su efecto correspondiente) no es, de ninguna manera, un descubrimiento reciente y novedoso de las ciencias sociales, sino una sencilla verdad que se conoce desde hace un buen tiempo, a pesar de lo cual, el estudio del desenvolvimiento de los distintos países pone en evidencia que muy poca es la importancia que se concede a dicho postulado, y más poco todavía es el esfuerzo para extraer del mismo sus consecuencias más significativas y para aplicarlas a la vida y al desarrollo de las sociedades de esos mismos países.
Así ha sido hasta hoy. Sin embargo, con cada día que pasa se vuelve más evidente que el mundo “unipolar”, con una única potencia dominante y con un único sistema económico obligatorio para todos, el de “libre mercado” o de “libre empresa”, como receta de eficacia universal, sin matices ni variantes, para todas las naciones, con independencia de su historia, de sus recursos naturales y humanos, de su ubicación geográfica y de su cultura ancestral, hace rato que entró en una fase crítica que pone en entredicho la eficacia de la famosa “mano invisible” del mercado que todo lo ajusta, lo regula y lo gobierna automáticamente, garantizando a cada quien la plena satisfacción de sus necesidades y provocando su total conformidad con este modo de producir y distribuir la riqueza social. Muchos estudiosos del tema, y nada sospechosos de haber contraído el virus del “izquierdismo” que tanto asusta a los privilegiados del actual estado de cosas en el mundo, consideran que esta crisis de que hablo no tiene ya remedio posible, que es una crisis terminal y que debemos, cuando menos, comenzar a pensar el mundo del futuro.
En ocasiones anteriores me he permitido dar algunas cifras tomadas de estudios y publicaciones confiables, algunos incluso de carácter oficial, que caracterizan con bastante nitidez la grave crisis económica y social que reina en México y en el mundo. Por ejemplo, datos duros sobre el crecimiento cuantitativo y cualitativo de la pobreza, en particular la llamada pobreza alimentaria; sobre los niveles de desempleo y salarios y sus repercusiones sobre fenómenos como la emigración, el ambulantaje y la capacidad de regeneración y sobrevivencia de los grupos del crimen organizado; sobre la falta de satisfactores y servicios como vivienda, salud, educación, acceso al agua potable, drenaje, pavimento, energía, sitios de recreo y esparcimiento y, muy en especial, cifras irrefutables sobre la absurda concentración de la riqueza, que ha provocado que un número de personas que no llega a la centena en todo el mundo, tenga tanta o más riqueza que la mitad más pobre de la humanidad, en tanto que estos miles de millones de seres humanos tienen que batallar todos los días para no morirse de hambre.
Es precisamente esta crisis, esta intolerable situación de pobreza y desigualdadque se agrava a cada hora que pasa, la que está provocando que cada vez más organizaciones sociales y políticas, más intelectuales no atados orgánicamente al sistema, más líderes de masas con mirada limpia y con visión de largo plazo, estén hablando con más frecuencia y con mayor énfasis sobre la estrecha relación entre economía y política, y que señalen, además, que si bien desde el punto de vista histórico no hay duda que las formas de Estado y de gobierno que hoy padecemos son el efecto de la “economía de libre empresa”, vistas en cambio desde el punto de vista de quien se interroga sobre las causas del fracaso de esa misma economía medido en términos de la injusticia social y la marginación masiva que ha generado, no hay duda tampoco de que se han transformado en la causa de esta terrible situación. De donde deducen con toda naturalidad que el remedio a nuestras calamidades debe necesariamente empezar por cambiar el modelo político, es decir, el sistema “democrático”, altamente defectuoso e infuncional en que nos movemos.
Y en efecto, la democracia actual, sin excepción relevante en el mundo, es una democracia de gestos, de apariencias, de discursos y de maniobras complejas, muy elaboradas y difíciles de captar por la gente común (entre ellas la propia legislación electoral), pero no por eso menos ciertas y de efectos menos graves para las mayorías. Todo este aparato al servicio de la farsa y de la impostura, logra engañar al público, logra hacerle creer que es real que él, con su voto “libre y secreto”, es quien elige a sus gobernantes y que estos son, por tanto, los genuinos representantes de su voluntad y de sus intereses. Pero, dice OXFAM y nos lo acaba de recordar un político español que encabeza un naciente movimiento popular en su país, nada de esto es cierto. La verdad es que la concentración de la riqueza exige necesariamente una concentración del poder de igual intensidad y prácticamente en las mismas manos, para garantizar la permanencia y la reproducción ampliada de los privilegios y el poder económico que la primera detenta. La democracia es una ficción, es una máscara que cubre el rostro de la dictadura de las élites del dinero, las cuales imponen al resto de la sociedad no sólo las decisiones más trascendentales para la vida de todos, sino también el tipo de gobierno y las personas que habrán de ejercerlo, de modo que se cumplan puntualmente las decisiones previamente tomadas. La democracia está secuestrada por las pequeñas élites, resume la OXFAM y, por tanto, también están secuestrados por ellas el Estado y el gobierno. Por esta razón es que resulta ingenuo esperar que los cambios económicos de fondo, como el mejor reparto de la riqueza, provengan de esos gobiernos; que sean ellos los que tomen la iniciativa para un verdadero combate a la pobreza, a la desigualdad y a la marginación.
De esto se deduce que la tarea más importante y urgente de hoy es libertar a la democracia de manos de sus secuestradores para ponerla en manos del pueblo, de las grandes masas de trabajadores que son los productores de la riqueza social. Y por eso, digo yo, la tarea de los mexicanos de hoy es despertar al pueblo, hacerlo consciente de su situación y de sus derechos y organizarlo en grandes, ingentes masas politizadas, para lanzarlo a la lucha, legal y respetuosa de los derechos ajenos, pero enérgica y firme, para pelear y ganar el poder político de la nación y emprender desde él las reformas que hacen falta. De ahí también la legitimidad de nuestra demanda actual de que se nos otorgue la representación que nos corresponde, proporcional a nuestra representatividad y fuerza de masas, en el H. Congreso de la Unión, que debe ser, según la teoría, un reflejo exacto de la correlación de las fuerzas políticas en el seno de la sociedad y no un club de amigos, compadres e incondicionales. El Movimiento Antorchista Nacional es ya una innegable fuerza social en este país, y merece ser tratada como tal y no con el desprecio y la burla con que se responde a nuestras mesuradas demandas, como si se tratara de alguien que mendiga un favor que no merece y lo hace, además, de manera abusiva e impertinente. La tarea es democratizar realmente todo el poder, ponerlo todo en manos del pueblo y al servicio de todos, pero eso no se riñe de ningún modo con nuestra demanda de ejercer, ya ahora mismo, la representación a que nos hace acreedores el resultado de 40 años de lucha tenaz, abnegada y honesta al servicio de las más hondas y sentidas causas populares. La opinión mundial está cada vez más de nuestro lado, nos da la razón, pero a nosotros nos toca gritarla muy alto y hacerla valer por todos los medios legales y legítimos a nuestro alcance.
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