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El regalo
Augusto Sebastián García Ramirez
motel.garage@hotmail.com
Un regalo es un regalo. Lo demás son chingaderas. Si se puede. Así lo dijo. No es broma. Si se puede. Como aquel político convencional que busco la candidatura presidencial. Sin pelos en la lengua. Así también lo escribió en Facebook y twitter. Y el mismo apretó el “me gusta” (like en inglés) que es uno de los iconos más representativos de Facebook. Yo lo secunde. También se sumaron otros amigos facebookleros que tenemos en común. De todos nuestros amigos en común, solo un puñado escribió frases. La gran mayoría solo dio el “me gusta”. Efectivamente. Ese era un regalo. Y no chingaderas. Olía muy rico. A nuevo. No como la chingadera que estaba dejando a mejor vida. Para el olvido. Me senté. Asiento ergonómico. Una maravilla. Hecho para no joder la columna vertebral, nos había comentado la vendedora, nada que nosotros supiéramos de tales características. ¿Dónde había yo escuchado esa mamada? Me crucé de brazos y escuche, poniendo el ceño fruncido para dar cierta señal de inteligencia, ya que más bien comenzaban a hacer efecto las cuatro cervezas que había acompañado con la comida. El asiento debe tener un diseño con un buen apoyo lumbar, y un acolchado y relleno equilibrado que absorba las sacudidas que se producen sobre pavimentos irregulares. Un asiento inadecuado provocará un mayor cansancio y dolor de espalda. Seguía con su letanía la vendedora de autos que en su botón decía pomposamente asesora del mes. Mi amigo encendió el motor. Giro el volante a uno y otro lado y se imaginó conduciendo rumbo a Cancún. Imagínate que tomemos carretera rumbo a la paradisiaca playa de Cancún. Que chingón viaje. Comento que no hay nada más arrullador que el ruido sedoso de un coche recién salido de la concesionaria. El modo en que las llantas se deslizan sobre el pavimento no se compara con caricia alguna de mujer, y si por azar cogen un bache, nunca se sacuden como la carcacha que estaba dejando atrás. Pero además de la comodidad el asiento ayuda a la tarea de conducir el coche, sujetando como es debido el cuerpo lateralmente, por ejemplo en una curva, y sujetándolo también cuando se frena, evitando por ejemplo que las caderas resbalen hacia adelante, no paraba de hablar la vendedora.
Mi amigo me invitó. Vente vamos. Te tengo una sorpresa. Me acaban de dar la mejor noticia que he recibido en todos los tiempos. Yo estaba en el Vips del Centro Histórico, comiéndome una arrachera con puré de papa cuando me llego el mensaje por Facebook. Casasolo me acaba de dar la mejor noticia. Me hace muy feliz. Vente. Toma taxi. Yo lo pago. Estaba a punto de pedirle el domicilio. Circunvalación 2456, me atajó antes de yo abrir la boca. Efectivamente mi amigo estaba súper emocionado. No dije más. Cogí mi saco y me largue a la calle. No a cualquier calle. Circunvalación 2456. Enfile. Antes realice el pago. Con el corazón rebosante de gratitud, contesté el cuestionario (eso sí, dije la verdad: no le recomendaría a nadie el servicio del cajero del Vips Centro Historico), y salí a la calle a buscar un taxi. No tarde mucho. Mi amigo me estaba invitando a su mejor noticia. Sonreí. Acepto que estas cosas me inquietan y tal vez por eso sonrió, por temor a lo desconocido.
Y zas. Invitamos a dos morras de moral distraída con un sentido del humor que no endulza nada y nos convierte en cómplices instantáneos. Enfilamos a Cancún. Debo decir, fue la ciudad de los veranos de mi infancia y adolescencia. Paramos en un oxxo e hicimos acopio de cerveza, galletas, latas, y litros de agua. El modo en que las llantas se deslizan sobre el pavimento no se compara con caricia alguna de mujer, y si por azar pasamos por un bache, nunca se sacudió el auto como la carcacha que mi amigo había dejado atrás. Afuera de la tienda de conveniencia calentamos motores. Nos aventamos una cerveza cada uno. En esas estábamos cuando paso un niño mirando el escaparate de la tienda. Le acaricie la cabeza con una sonrisa, y ya íbamos a subirnos al carro cuando propuse tomarnos la respectiva selfie. La llamamos vamos rumbo a Cancún…. Excepto el niño. Mi cara tenía una sonrisa de poca madre. Con risa de malvado de película, comento uno de los amigos. Nuestros amigos en común de nosotros y ellas apretaron el “me gusta”. Enfilamos a Cancún. Mandamos a la chingada todo. No pelamos los sangrientos o descorazonadores encabezados de los periódicos. Solo estábamos para recibir los “me gusta”. Hasta el “me gusta” del amigo de mi amigo que le había hecho aquel regalo. Un regalo es un regalo. Lo demás son chingaderas. Si se puede. Lo felicitaba su amigo. La autopista parecía otra. Más despejada y luminosa. Con la sonrisa en la boca pensábamos que Dios o el Diablo aprietan pero nunca ahogan, y que siempre hay alguien que te salva o te da esperanza.
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