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Los Tufos del Narco: Cárdenas y Macías Valenzuela; Sinaloa, 1944-1947

José Luis García Cabrera
El conflicto agrarista entre los terratenientes y los campesinos del sur de Sinaloa había resultado muy costoso para ambos bandos. Pero todo se calmó con el asesinato del gobernador Loaiza. En el ámbito político nacional era raro quien no estaba enterado de la protección política de la que gozaban El Gitano y el general Pablo Macías Valenzuela, ex secretario de la Defensa y jefe de la Región Militar del Pacífico; tampoco se desconocía cómo había disputado el poder al malogrado mandatario.
Por eso a nadie sorprendió la falta de voluntad para capturar al homicida de Loaiza, que no había actuado por su cuenta, y para llegar hasta el autor intelectual del mortal atentado: Macías Valenzuela.
Muchos eran a quienes se responsabilizaba de la muerte de Loaiza. Entre otros, se mencionaba al general Maximino Ávila Camacho, hermano del presidente Ávila Camacho, ex gobernador de Puebla y entonces secretario de Comunicaciones y Obras Públicas. En los círculos políticos donde se trataba el tema de la sucesión presidencial, se acusaba al general Maximino como autor intelectual del crimen.
Semanas antes de morir, Loaiza había convocado a una reunión de gobernadores del Pacífico para oponerse a la candidatura presidencial de Javier Rojo Gómez, jefe del Departamento del Distrito Federal, respaldada por Maximino, desde que su hermano el Presidente le dijo que él no sería su sucesor. En una reunión secreta, ocurrida de madrugada cerca del Palacio Negro de Lecumberri en la ciudad de México, Maximino trató de convencer a Loaiza de apoyar a Rojo Gómez, su candidato. Ante la negativa del sinaloense, Maximino lo amenazó de muerte, frente al chofer y el hijo de Loaiza, presentes en la ríspida reunión.
También se mencionaban a los terratenientes del sur de Sinaloa; a la familia del ex alcalde de Mazatlán, Alfonso Tirado, e incluso a los traficantes encabezados por Pedro Avilés.
Sin embargo, los rumores populares insistían en señalar al ex secretario de la Defensa y jefe de la Región Militar del Pacífico. Y se acentuaron cuando el 1 de enero de 1945 rindió protesta como gobernador de Sinaloa. Es decir, como sucesor de Loaiza. Su gestión concluiría hasta el 31 de diciembre de 1950, pues a partir de entonces el periodo gubernamental se amplió a seis años.
El cambio de gobernador en Sinaloa benefició más al grupo de Pedro Avilés que a sus oponentes. Sus ingresos se basaban principalmente en los beneficios de la siembra de la adormidera y la mariguana, y en especial la elaboración de la goma para la heroína.
Quienes se vieron afectados con la llegada del nuevo gobernador, fueron los grupos que no trabajaban para Max Cossman, quien para confirmar que sólo él podía negociar con los grandes traficantes de México aprovechó la incertidumbre que entre los traficantes provocó la muerte de Loaiza, para ese mismo año, 1944, eliminó a Enrique Diarte, quien desde Tijuana y Mexicali le había disputado el negocio, junto con Francisco Orbe.
Sin embargo fue hasta la captura de El Gitano, y sólo hasta que le llevaron ante el secretario de la Defensa el general Cárdenas y en privado le confesó haber asesinado a Loaiza por órdenes del general Macías Valenzuela, cuando algunos periódicos revelaron la grave acusación y la relación que existía entre Macías Valenzuela y los traficantes de la adormidera sinaloenses.
Publicaron pruebas –suministradas por Cárdenas– de que en los archivos de la Secretaría de la Defensa había la constancia de un juicio militar en su contra por la autoría intelectual del homicidio de Loaiza. Por ese cargo, hasta el final de su mandato –31 de diciembre de 1950– el tribunal militar lo hallaría culpable, pero en lugar de castigarlo fue nombrado jefe la Primera Zona Militar, la más importante del país.
Aunque estas pruebas y las imputaciones de El Gitano fueron ampliamente destacadas en los periódicos de circulación “nacional” editados desde el Distrito Federal, el gobernador se negó a confirmar o negar su veracidad. Pero la información de la prensa empezó a surtir efecto. La ciudadanía estaba convencida de que Macías Valenzuela había sido el autor intelectual del asesinato de su antecesor, y que no sólo era asesino y corrupto, sino que ya como gobernador seguía recibiendo dinero procedente del crimen y de las drogas.
Para la sociedad, esto era imperdonable.
Fue hasta el 20 de noviembre de 1947 –siendo ya presidente de la República Miguel Alemán Valdés–, cuando el gobernador Macías Valenzuela decidió salirle al paso a nuevos señalamientos periodísticos, en los cuales se afirmaba que era uno de los cabecillas de la banda de traficantes de drogas que operaban en Sinaloa, e incluso se aseguraba que se acumulaban pruebas en su contra, pues existían evidencias de que era dueño de cuatro avionetas en las que se contrabandeaba el opio hasta Baja California. También se publicaba que otros políticos, influyentes comerciantes e industriales de Sinaloa estaban mezclados en el condenable tráfico.
Macías Valenzuela dijo que las acusaciones en su contra eran invenciones de sus enemigos políticos, desde el grupo del general Cárdenas. Aunque el escándalo se enfrió después de una reunión privada que sostuvo con el presidente Alemán, cuando éste se encontraba de visita oficial en Mazatlán, la duda sobre su conducta quedó sembrada.
Era la primera vez que el tráfico de drogas había sido utilizado política y públicamente por los cardenistas contra los obregonistas. Ambos grupos de poder.
La muerte del gobernador Loaiza había sido un tremendo golpe a la cabeza de la sociedad sinaloense, porque fue el punto más alto de la violencia que se vivía en la entidad en esos años. Pero cuando se supo que Loaiza había sido muerto por proteger a un grupo de traficantes y atacar a los rivales de éste, con el pretexto de impulsar la Reforma Agraria cardenista en Sinaloa, y además que los traficantes a los que apoyaba trabajaban para la mafia italo-americana, el deseo de justicia de la ciudadanía decreció notablemente.
Por eso a la sociedad sinaloense tampoco le importó que El Gitano, que había sido sentenciado a 26 años de prisión, se hubiera fugado de la prisión a principios de 1950, viviera en su casa de Agua caliente de Gárate, su pueblo natal, al lado de su esposa Tamaura, y siguiera dedicándose al asesinato y al tráfico de drogas. Mucho menos le importó enterarse que fue recapturado en 1959 por policías federales en una cantina que tenía en Guadalajara.
Después de vigilarle por varios días, los federales Juan Castro Avilés y Gilberto Pinto Vargas iniciaron el operativo para su captura. Pero durante la acción El Gitano mató a Pinto Vargas con dos balazos. Castro Avilés lo contuvo con un escopetazo en pleno rostro.
Malherido fue trasladado a un hospital donde después de recuperarse se le juzgó y sentenció a catorce años de prisión más, que debería purgar en una cárcel de Culiacán, donde una versión asegura que murió el 15 de agosto de 1963, cuando iba a cumplir sesenta años de edad. La otra versión indica que fue liberado por el gobernador de Sinaloa Leopoldo Sánchez Celis y que falleció en libertad, en su casa y de muerte natural.
En México, normalmente, la gente acepta que un gobernador reciba dinero proveniente de las “mordidas”, por acelerar diferentes trámites burocráticos, por permitir el juego o el licor o porque las prostitutas ejerzan su oficio sin ser molestadas. Pero lo que no tolera, es que se embolse dinero procedente de los secuestradores, los atracadores a mano armada, de los violadores, de los asesinos o de los traficantes de drogas.
Para el ciudadano honrado, este tipo de acciones atenta contra el bienestar general, contra la familia, por lo que no pueden ser permitidas ni mucho menos fomentadas.
Aún así, en 1948 todo mundo sabía que se sembraba mariguana y amapola en Sinaloa, quiénes las sembraban y quiénes las traficaban. Se sabía también cómo las autoridades, a través del jefe de la Policía, exigían su porcentaje a cambio del disimulo y el apoyo. Era sabido que en el negocio estaban familias enteras de Badiraguato, Culiacán, Guamúchil y Mocorito, algunas conocidas, bien relacionadas y con posibilidades económicas, porque el negocio producía enormes utilidades en dólares (extracto de Los Tufos del Narco 1 –Narcos Viejos).
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