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Los Tufos del Narco: Caro Quintero, el capo viejo; 1985-2014
José Luis García Cabrera
Que sus días de pasión animal al lado de Rafael habían llegado a su fin, Sara se enteró la mañana del 4 de abril de 1985, mientras dormía a su lado. Las últimas llamadas a la casa de sus padres, en Guadalajara, permitieron a la DEA tener el número de origen de éstas.
–Provienen de un lugar cercano a San José, de una hacienda cafetalera, que los socios de Rafael compraron en ochocientos mil dólares, pagados en efectivo –dijeron en su informe los agentes de la DEA.
Para reconocer el lugar, horas antes, durante la noche, los agentes de la DEA radicados en Costa Rica, Sandalio González y Víctor Mullins, habían sobrevolado la propiedad de altos muros. Ven que al centro hay una magnífica mansión, una casa de invitados, una cabaña, jacuzzi, piscina, un jardín y grandes y frondosos árboles.
El jefe de la DEA en ese país, Don Clements, había obtenido la autorización de su embajada para tomar la finca, así como la colaboración del ministro de Seguridad Pública de Costa Rica, Benjamín Pizá, quien puso a disposición del operativo el equipo antiterrorista del Departamento de Inteligencia y Seguridad, única unidad de acción militar en ese país.
Para la madrugada del 4 de abril todo está listo para la toma de la finca, que sigilosamente ha sido rodeada por agentes de la DEA y la DIS. El grupo de asalto espera que amanezca para actuar, pues la ley lo obliga a hacerlo sólo en horas del día.
A las cinco de la mañana, la DEA nuevamente sobrevuela por la finca. Poco antes de la seis, el comando vuela en pedazos la puerta principal y disparando al aire, llega hasta la mansión principal, derriba sus puertas y sorprende a cinco de sus ocupantes profundamente dormidos, entre ellos una mujer: Violeta Estrada. Las causas saltan a la vista del comando: hay botellas de whisky por todas partes.
En menos de cinco minutos, los cuatro guardaespaldas y la mujer están boca abajo y esposados. En la recámara principal el comando sorprende desnudos a Rafael y Sara. Les permiten vestirse y los reúne con el resto de los detenidos.
Contrariados, los agentes de la DEA revisan una y otra vez a los cinco hombres detenidos y los comparan con las fotos borrosas de Rafael que les han llegado desde México. Ninguno se parece al sinaloense. De Sara no hay duda. Frente a ellos, aparece voluptuosa y hermosa. Aunque temblando, por el miedo y lo que sucede ante sus ojos claros, no duda en revelar la verdadera identidad de su amante.
–¿Quién es éste, señorita? –le pregunta el agente Sandalio, apuntando con el índice al supuesto Marco Antonio Ríos Valenzuela.
–Caro Quintero –dice Sara susurrando.
–¿Quién? –insiste sorprendido Sandalio.
–Rafael Caro Quintero –repite Sara alzando la voz.
–¡Puta, hija de la chingada! –le dice Rafael, y escupe al piso.
Horas después, mientras Sara esperaba ser devuelta al seno de su familia en Guadalajara, las autoridades costarricenses le ofrecieron todo tipo de ayuda, como atención sicológica, para superar el trauma sufrido por su secuestro. Luego le preguntaron si estaba embarazada, pensando que eso podría ser posible por el largo tiempo en el que Rafael la había sometido “contra su voluntad”. Al escuchar todo aquello, sonriendo, Sara dijo:
–¿Es tan increíble creer que jamás fui secuestrada; que estoy enamorada de Rafael, y que estoy embarazada de él?
Se sentía demasiada atemorizada por lo sucedido, para explicar que Rafael era el único hombre a quien ella amaba; el hombre que, pese a su fama de violento, nunca se había molestado con ella; jamás. Y eso lo sabía todo México, en especial su madre.
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La detención de Caro Quintero, de treinta y un años, permite por primera vez que el país se asome al escándalo del narcotráfico, y nace la leyenda negra del sinaloense, quien admitiría ser un “enamorado de tiempo completo” y desde niño “rebelde”, porque no le gustaba recibir órdenes ni siquiera de sus padres.
Por voz de él mismo afloró su vanidad y la impunidad en la que operó durante años (daba entrevistas y gozaba al ver sus fotografías en los periódicos y revistas, mostrando en sus sonrisas un abanico de anchos y fuertes dientes, como lo hace un actor al posar frente a las cámaras). Se convirtió en un apuesto y millonario personaje como jamás se había visto en México; su persona y sus hazañas, ciertas o no, fueron temas de corridos y hasta parodias que se presentaban en los teatros y las carpas.
Aprovechando esa actitud del joven narco, el director del Reclusorio Norte lo empujó a hablar con los periodistas, para publicitar su aprehensión. El 18 de abril, en la sala de juntas del funcionario, Rafael Caro platicó con los representantes de la prensa interesados en oírle.
–Como ciudadano, ¿qué piensa de la crisis que vive el país? –fue la primera pregunta.
–… Por ahora no se ve nada claro. Creo que se desvían los problemas y todo recae en mi situación. Todo lo que se dice de mí es la nota importante; se olvidan de los aumentos a los alimentos y a otros servicios.
–¿Cree que su detención es un problema político?
–Yo creo que sí. A mí no me agarraron con nada y ya ven todo el escándalo. No tengo que ver con las acusaciones que se me están acumulando.
–Su fama de narcotraficante trascendió ya las fronteras del país ¿Qué opina de eso?
–Pues es una cosa muy mala que no debió haber sucedido, porque yo soy una persona igual que cualquier otra, que cualquier campesino.
–¿Qué puede decir de los otros campesinos que siguen trabajando como usted hacía?
–Pura gente noble. Como lo soy yo y mis compañeros. Como lo es el señor Ernesto (Fonseca) y toda su gente… mandé construir escuelas, edificar clínicas, introducir luz, agua potable y otros servicios en poblados marginado en Sinaloa, Chihuahua y Jalisco… lo que el gobierno no hace lo hacemos nosotros. Pero lo que hacemos no lo hacemos para que todo el mundo nos tome en cuenta; nada más porque nos sentimos bien con nosotros mismos.
–¿Con qué fondos hacía estas obras?
–Yo tengo engordas de ganado; tengo ranchos ganaderos en donde gano mucho dinero. Me quieren poner como que todo lo he ganado del narcotráfico y en realidad no es así.
–¿En realidad qué tan rico es?
–No, no. Yo no soy tan rico. No tengo todo lo que dicen. Vivo bien, como la gente, gracias a Dios, como cualquiera.
–¿Podría hacer un cálculo de su fortuna?
–No, eso no puedo.
–De lo que deja la ganadería y agricultura, ¿usted vivía como lo hacía?
–Todo se lo quieren atribuir al narcotráfico. Nada meten de que he ganado en ganadería. Tampoco meten lo de mi línea de tráilers, ni mis fábricas bloqueras. Hago como cien mil bloques diarios; sin embargo, de eso no dicen nada. Todo se lo atribuyen al narcotráfico.
–¿Entonces no hay nada de narcotráfico?
–Pues no, así como lo dicen no.
–¿Qué quiere decir?
–Quiero decir que de siete casas que tengo, dos podrían ser del narcotráfico, pero cinco no.
–¿Por qué se dedicó al narcotráfico?
–Porque me gustó.
–¿El narcotráfico le daba dinero fácil?
–No. Nada es fácil. Todo cuesta trabajo.
–¿Se siente arrepentido?
–Pues qué le dijera. Arrepentido, arrepentido, nunca estoy. Lo hecho, hecho está y ya. Ahora estoy aquí ¿Qué quiere que le diga?
–¿Por qué nunca lo agarraron?
–Porque no querían. Yo allí estaba y me podían agarrar.
–¿Y qué hay de su relación con Sarita (Cosio)?
–No tengo nada que explicar sobre eso. De eso nada, por favor.
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Caro Quintero sería sentenciado a cuarenta años de cárcel, acusado del asesinato de Camarena y Zavala ocurrido en febrero de 1985, condena de la que compurgó veintiocho años y cuatro meses en diferentes penales, incluidos los de máxima seguridad de Almoloya y Puente Grande, ya que el 8 de agosto de 2013 salió en libertad por un polémico amparo concedido por un tribunal federal de Jalisco.
La justicia de la tierra no habría castigado tan severamente los crímenes que se asegura cometió el sinaloense, durante los tiempos que anduvo de narcotraficante por la necesidad y la falta de estudios, pues tras las rejas su antes ensortijado y negro pelo se puso completamente blanco, los años se le vinieron encima y con ellos los achaques “naturales” de la edad: mala visión, colitis, hernias, dolores de próstata, de huesos, de cabeza; no estar al lado de la esposa y de los hijos; de la anciana madre y de las hermanas y hermanos; familia, toda, que durante tantos años vanamente le esperó.
En la cuestión económica no la pasó mejor. El gobierno le decomisó la mayoría de su fortuna: ranchos, miles de cabezas de fino ganado, mansiones, hoteles, aeronaves y tráiler, entre muchos otros bienes.
Aunque algunos decían que el ahora encanecido Rafael Caro, tras de veintiocho años de estar encerrado, seguía siendo el “narco bronco” de siempre, otros sostenían que la prisión había acabado con él, como lo hizo con muchos otros reos que llegaron al suicidio o enloquecieron en la cárcel.
Cierto o no, la DEA –que jamás ha sabido guardar un secreto– no descarta que la captura de Joaquín El Chapo Guzmán (febrero de 2014) estuvo vinculada con la liberación de Rafael Caro (agosto de 1013), por el cual hasta ofrece una recompensa de cinco millones de dólares por su recaptura, para juzgarlo en Estados Unidos por el secuestro y asesinato de su agente, Camarena; crimen que tres ex agentes de esa misma agencia insisten fue cometido por la CIA.
Conclusión: la agencia antinarcóticos estadounidense presume que la liberación de Rafael, uno de los fundadores del desaparecido cártel de Guadalajara, fue el resultado de un arreglo previo entre autoridades, El Chapo y el propio Caro Quintero, considerado el narcotraficante más estereotipado o emblemático de los cárteles mexicanos y, por lo tanto hoy, con poco más de sesenta años, el gran capo viejo (extracto del fascículo 2 de Los Tufos del Narco: Caro Quintero El Capo Viejo).
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