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Los Tufos del Narco: Juan Nepomuceno Guerra; Tamaulipas, década 1950-1960

By en enero 28, 2016

José Luis García Cabrera

Mientras en el noroeste del país crecían los duranguenses Pedro Avilés y Jaime Herrera Nevarez, en Tamaulipas lo hacía Juan Nepomuceno Guerra Cárdenas, a quien sus paisanos llamaban El Padrino de Matamoros.

De entonces treinta y cinco años, dos décadas atrás se había iniciado en el negocio con el grupo de traficantes que había quedado descabezado tras la captura de Virgilio Barrera, el primer narcotraficante que hasta finales de los años veinte operó en la región fronteriza del país que colinda con Texas, Estados Unidos, conformada por los estados de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas.

Para principios de los cincuenta, Juan N. Guerra ya era el jefe del grupo y gobernante en la sombra de Tamaulipas, donde –a pesar de ser una zona ajena a la producción de drogas– se cultivaba la amapola y la mariguana, que si bien no alcanzaba los niveles de Sinaloa o de Sonora, era suficiente para competir con Michoacán, Colima y Guerrero.

El Padrino de Matamoros nació el 18 de julio de 1915 en el rancho El Tehuachal, en Matamoros, Tamaulipas. Cuando tenía catorce años, en 1929, junto con sus hermanos Arturo y Roberto, se inició en el contrabando de licor a los Estados Unidos durante la Ley Seca y, en sentido contrario, llantas y otros productos con demanda en México.

Casi dos años después, a finales de 1930, una vez que Virgilio Barrera fue apresado por miembros del Ejército, el aún adolescente Juan Nepomuceno decidió encabezar el acéfalo negocio.

Comenzó a traficar la adormidera y la mariguana con la experimentada gente de Barrera, que a poco de haber sido detenido fue enviado a purgar su condena al penal de Las Islas Marías. En 1933, cuando se derogó la Prohibición, Juan Nepomuceno ya controlaba el tráfico de indocumentados, la compra y venta de armas; exigía renta a los lenones de la zona de tolerancia, y a todos los pillos que operaban en la región.

Cuando cumplió veintinueve años, en 1944, Juan Nepomuceno vislumbró que las drogas era el negocio del futuro que nadie podría frenar no sólo en México sino en el mundo entero, por lo que decidió meterse de lleno. Su mente, aunque campesina, vislumbraba que si no contaba con el cobijo de los hombres con el poder político y policiaco, en particular de aquellos que supuestamente estaban para combatirla, todo se iría al carajo.

Así que después de mucho meditarlo llegó a la conclusión de que esos “hombres especiales” no estaban en Tamaulipas ni en Nuevo León ni Coahuila, la región fronteriza que para entonces ya tenía en un puño, sino en la ciudad de México, el centro del poder político del país. Entonces partió a la capital mexicana y comenzó su búsqueda.
Aquella decisión iba a cambiar por completo la naciente estructura del narcotráfico en México.

Así, durante la administración alemanista que favoreció la corrupción, comenzando por el presidente Alemán, muchos funcionarios públicos hacían negocios particulares a la sombra del poder público, Juan Nepomuceno ya mantenía relaciones políticas con el más influyente grupo político priísta del estado de Hidalgo: los Rojo Gómez. Lo que una década después le permitiría colocar a su hermano Roberto Guerra Cárdenas, en 1963, como jefe de la Oficina del Fiscal del estado de Tamaulipas, oficina, entre otras cosas, responsable de combatir el contrabando en la región.

Roberto, se haría compadre de Jorge Rojo Lugo, a la postre secretario de la Reforma Agraria y gobernador de Hidalgo. Más tarde, otro miembro del clan hidalguense, Adolfo Lugo Verduzco, líder nacional del PRI, designaría a su hijo Roberto Guerra Velasco, candidato y finalmente alcalde de Matamoros, Tamaulipas.

Estas primeras relaciones políticas, a Nepomuceno le permitieron encumbrarse como jefe del grupo de narcotraficantes del noreste del país. Fue la época en la que sus paisanos comenzaron a conocerle como El Padrino de Matamoros.

Pero el tamaulipeco, al igual que Don Jaime en el norte del país, comenzó a financiar las campañas políticas de los candidatos del PRI que le interesaban fueran diputados, senadores, alcaldes (como Augusto Cárdenas) o gobernadores de Tamaulipas, como en el futuro lo serían Praxedis Balboa, Norberto Treviño Zapata, Enrique Cárdenas González y Emilio Martínez Manautou.

A Martínez Manautou, a finales de los cincuenta, primero lo impulsó como regidor del Ayuntamiento de Matamoros. Sin embargo, en 1962 no pudo colocarlo como gobernador, pese a que éste también contaba con el apoyo de los ex presidentes Emilio Portes Gil, Lázaro Cárdenas y Adolfo Ruiz Cortines, así como del entonces secretario de Industria y Comercio, Raúl Salinas Lozano. En cambio, diez años después, en 1972, logró que Cárdenas González fuera nombrado secretario de Investigación Fiscal de la Secretaría de Hacienda (oficina que entre otras de sus funciones era combatir el contrabando fronterizo), y luego, en 1976, candidato y finalmente gobernador de la entidad.

Además de poder y dinero, sus contactos políticos y policiacos a Nepomuceno Guerra también le acercaron a bellas mujeres de la farándula, como Gloria Landeros con quien se casaría poco después y procrearía tres hijos: Gloria, Juan Nepomuceno y Lázaro. Unión que tendría un fatal desenlace cuando años después, por celos, la asesinó a balazos al encontrarla en compañía del bailarín Adalberto Martínez, Resortes.

Pero como para entonces el tamaulipeco ya era un hombre de muchas influencias, la muerte de Gloria Landeros jamás se castigó. El juez que estudió los hechos, determinó que todo había sido un “lamentable accidente”.

Tal vez aquel crimen sin castigo fue el inicio de la perdición de Juan Nepomuceno, que ya carecía de eso que los hombres y las mujeres tienen en el alma y los hace diferentes de los animales: la noción del bien y del mal. El caso es que en 1960 volvió a mancharse de sangre las manos.

Asentado en su natal Matamoros, en un pleito suscitado en el interior de su bar “Piedras Negras”, en presencia de varios testigos, dio muerte de un balazo en el rostro al comandante de Aduanas, Octavio Villa Coss, hijo del legendario general Francisco Villa.

Esta vez, para evadir la acción de la justicia, Nepomuceno hizo valer su ya reconocido poder e influencias: enriqueció a uno de sus compinches para que se declarara culpable del homicidio, por lo que él permaneció sólo unas cuantas horas tras las rejas de la prisión, mientras se “aclaraba el asesinato”.

La muerte del hijo del famoso Pancho Villa, resultó ser una bendición para Juan Nepomuceno, porque al evadir la cárcel incrementó el temor que ya de por sí inspiraba entre sus paisanos, que para entonces ya le conocían como El Padrino de Tamaulipas y como tal, a la edad de treinta años, el 15 de mayo de 1945, había inaugurado en Matamoros lo que él llamaba la cereza de su pastel: la cantina “Piedras Negras”. Famoso lugar, del que sólo sus más cercanos sabían que le había puesto ese nombre en honor de la homónima y conocida polka que en esos años estaba de moda y le gustaba a su compadre Alejandro Guzmán Garza, ex presidente municipal de Reynosa.

Con el paso del tiempo, los muros del renombrado negocio fueron decorados con una veintena de cuadros con figuras de caballos y gallos, y del orgulloso propietario vestido de charro, así como de destacados políticos federales y estatales de la época.

Pese a la mala fama del lugar, allí acudían senadores, diputados, presidentes municipales, jefes de la policía, hampones y turistas despistados o curiosos que habían escuchado sobre aquel hombre que inspiraba temor y respeto, y había colocado los pilares de los que años más tarde llegaría a conocerse como el cártel del Golfo.

Era fama pública que entre sus muchas amistades políticas de aquellos años, destacaban las que mantenía con el ex presidente Emilio Portes Gil, Carlos Hank González, el general y ex gobernador de Nuevo León y Baja California Sur, Bonifacio Salinas Leal; Roberto González Barrera; Raúl Salinas Lozano, influyente secretario de Industria y Comercio del presidente Adolfo López Mateos y padre de Carlos Salinas de Gortari, a la postre Presidente de México.

También su amigo era Joaquín Hernández Galicia, La Quina, el incipiente pero ya poderoso dirigente obrero que desde 1959, como secretario general de la Sección Uno del sindicato de los trabajadores petroleros, ejercía enorme poder político en todo el país gracias a sus nexos con el presidente López Mateos; y Carlos Aguilar Garza, quien años después sería designado Coordinador de Agencias del Ministerio Público Federal durante la Operación Cóndor, y luego Coordinador de agencias de Tamaulipas.

Eran principios de la década de los años sesenta, y en el noreste del país los negocios de Juan Nepomuceno Guerra Cárdenas iban en viento en popa. Como en el otro lado del país, en el noroeste, marchaban los de Avilés Pérez y Herrera Nevarez (extracto de Los Tufos del Narco 1 –Narcos Viejos).

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