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Los Tufos del Narco: Manuel Salcido Uzeta, El Cochiloco; 1976
Al frente del grupo de Sicilia, El Cochiloco pronto se convertiría en uno de los principales traficantes de la heroína mexicana, operando desde el puerto de Mazatlán en sociedad con el hondureño Juan Ramón Matta Ballesteros, también ligado a Sicilia.
Matta Ballesteros y El Cochiloco entraron en contacto con Miguel Ángel Félix Gallardo, que operaba en Culiacán bajo la batuta de Pedro Avilés quien para entonces ya contaba con más de cincuenta años de edad. “Algo viejo para manejar el negocio”, pensaba la nueva generación de narcos que ya le disputaban el poder en la región conformada por Sinaloa, Durango y Chihuahua.
Manuel Salcido Uzeta era uno de los hombres más temidos en el submundo del narcotráfico. Por su despiadada forma de actuar, podría decirse, fue el precursor de la violencia y la brutalidad que tres décadas después utilizaría el grupo de Los Zetas. El Cochiloco era un delincuente nato, muy alejado de los narcotraficantes regionales de entonces, que evitaban realizar sus ilícitas actividades con violencia innecesaria.
Su mayor talento, según se decía, consistía en eliminar personalmente a quienes se le encomendaba. Los asesinatos los cometía sin sentir ningún remordimiento, a sangre fría. En algunos casos sus víctimas eran descuartizadas y sus restos, metidos en bolsas de polietileno, eran desperdigados por la ciudad donde cometía la fechoría.
En septiembre de 1973, en el camino entre San Juan –población donde nació– y su rancho San Fermín, en San Ignacio, Salcido Uzeta y su pandilla tuvieron un enfrentamiento con la banda de Braulio Aguirre, quien trataba de hacerse del negocio en el sur de Sinaloa. En el tiroteo, Salcido Uzeta resultó herido y muerto su lugarteniente Alfonso Zamora. Apenas se repuso de sus heridas, ofreció un cuarto de millón de dólares a los agentes de la PJF que llevaran ante él a los miembros de la banda de Aguirre.
En enero de 1974, tres federales secuestraron a seis muchachos del grupo rival que supuestamente habían participado en la balacera. Los llevaron a la casa que El Cochiloco tenía en la calle de Río Humaya treinta y uno, en la colonia Lomas del Mar, en Mazatlán. Horas después, los cuerpos de los seis jóvenes fueron encontrados despedazados y quemados en un rancho cerca de Mazatlán.
Por la crueldad con la que fueron ejecutados y porque se supo que los federales habían entregado a las víctimas a El Cochiloco a cambio de dinero, el asunto fue ampliamente difundido por la prensa local e indignó a la sociedad sinaloense, que exigió la pronta captura de los responsables, pues evidenciaba la colusión entre los policías y el narcotraficante.
Los agentes federales fueron apresados bajo los cargos de privación ilegal de la libertad, junto con su jefe de la PJF comisionado en Sinaloa, Ramón Herrera Esponda. No obstante, luego de ser trasladados a la ciudad de México fueron exonerados de todos los cargos.
En esta circunstancia, en febrero de 1974, fueron aprehendidos Salcido Uzeta y su banda en la colonia Chapalita, de la ciudad de Guadalajara. Se les encerró bajo los cargos de homicidio, portación de armas, desorden público y asociación delictuosa, aunque no por delitos contra la salud, como esperaban los reporteros especializados en los asuntos judiciales.
“Hay ya un maridaje excesivo entre el narcotráfico y los encargados de combatirlo… Esto muestra hasta dónde la mafia de los gomeros ha podido calar, comprando protección, conciencias, gatillos con credencial”, publicó en aquellos días el diario La Prensa de la ciudad de México, que seguía de cerca el desenlace del caso. “Maridaje” que se comprobaría, una vez más, pocos meses más adelante.
El Cochiloco y su banda fueron enviados primero a Mazatlán y después a Culiacán, custodiados por quince militares. Sin embargo, Salcido Uzeta no duró mucho en la prisión. Una noche de noviembre de 1975 escapó después de sobornar con medio millón de pesos a las autoridades del penal.
Pero como Sicilia Falcón, su jefe, se encontraba en prisión desde julio de 1975, El Cochiloco reinició sus operaciones, aunque ahora bajo la batuta de José Inés Calderón Quintero, El Ingeniero, y Pedro Avilés.
Calderón Quintero era uno de los principales narcotraficantes de Sinaloa, que para entonces apadrinaba al futuro capo, el joven Ismael El Mayo Zambada, y operaba con su sobrino, Rafael Caro Quintero, Don Neto, Baltasar Díaz Vega y Manuel Beltrán Félix. Era hijo de Inés Calderón Godoy y María del Rosario Calderón López y, al igual que Pedro Avilés, era duranguense, al nacer en Tamazula, en el llamado “Triángulo dorado de la droga”, formado entre los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua.
Desde entonces, a El Cochiloco se le vio pasear y operar sin problemas por todo el Pacífico, en especial Sinaloa. Controlaba el mercado de cocaína con los contactos que José Inés había hecho con los narcos de Bolivia, quienes les trasportaban la droga en avión hasta Culiacán.
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Para finales de la década de los setenta, se aseguraba que Salcido Uzeta había matado a casi un centenar de rivales. Cierto o no, su fama de matón era legendaria.
El Cochiloco o El gallo de San Juan, como también se le conocía, nació en abril de 1947 en el pueblo San Juan del municipio San Ignacio, una población sinaloense enclavada entre montañas a orillas del río Piaxtla que por aquellos años no llegaba a veinte mil habitantes.
Su corta estatura y complexión robusta provocaba intranquilidad, sobre todo en los palenques, a los que con regularidad asistía por su gusto a las peleas de gallos. Sus ojos eran negros y fríos. En su boca, de labios gruesos, siempre anidaba una sonrisa cruel.
Aunque era legendaria su violencia y brutalidad, también tenía destellos de generosidad con todo aquel que le solicitaba un favor; tampoco era desconocida su admiración por Pedro Avilés. De hecho se aseguraba que Avilés era tal vez al único hombre a quien, además de admirar, temía.
El Cochiloco se inició al lado de Modesto Osuna, asesinado en 1972, y Lamberto Quintero Páez, tío de Rafael Caro Quintero, y primo de los hermanos Emilio y Juan José Quintero Payán, futuros jefes del cártel de Juárez, al lado de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los cielos.
(Extracto del fascículo 2 de Los Tufos del Narco: Caro Quintero El Capo Viejo).
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