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Los Tufos del Narco: Un hombre leyenda
José Luis García Cabrera
El narcotráfico detonó en México en la década de los sesenta. Pero sus raíces llegan hasta finales de los años veinte, tiempos en los que los militares emanados de la Revolución formaron una élite mucho más poderosa que el Gobierno presidencial.
Erigidos como los herederos del poder porfirista y por lo tanto un poder paralelo al central, esos militares se convirtieron en gobernadores, caudillos o caciques de diversos estados o regiones del país donde la siembra de la mariguana floreció, con la anuencia o el disimulo del Gobierno federal.
Por esto se puede asegurar que en México el tráfico “tolerado” de la mariguana, principalmente, se inicia tras del triunfo de la Revolución y de la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR), el “abuelo” del PRI.
Tres décadas más adelante, en los sesenta, además de la mariguana, los mexicanos comenzaron a traficar la cocaína de Bolivia, Perú y Colombia. Una década después incorporan la heroína, producida en Colombia, y se hacen evidentes las grandes ganancias que esas operaciones les generan.
Pero cuando algunos de esos herederos de la Revolución comenzaron a embriagarse con el olor del poder y del dinero proveniente de las drogas, sin siquiera saberlo, desataron el fenómeno del narcotráfico que para la década de los ochenta ya avizoraba se convertiría en una auténtica pesadilla para todo el país.
Es a partir de esa década, los ochenta, cuando surgen personajes como Joaquín El Chapo Guzmán Loera. Individuos odiados o admirados; inmortalizados como héroes, que se resisten a morir en la memoria popular. Hombres y mujeres que parecen inmunes. Pero cuando así se requiere o conviene al poder que por mucho tiempo los tolera y apapacha, son aplastados por las fuerzas del Estado.
Por su origen humilde, su mecenazgo y su espíritu rebelde, estos personajes (como hoy es el caso de El Chapo Guzmán), se han convertido en mitos para grupos sociales que magnifican o celebran sus acciones y justifican sus excesos. En muchos casos, incluso, consideran un engaño el anuncio sobre su captura, sus fugas… o su muerte; y hasta los santifican.
En algunas partes del país, en especial el estado de Sinaloa donde El Chapo nació, su fuga a través de un túnel en la que se presumía era la prisión más segura de México acrecentó su condición de héroe popular.
Hasta antes de 1993, sin embargo, El Chapo Guzmán era un ilustre desconocido para los mexicanos en general. Contadísimos eran aquellos quienes sabían de su peligrosidad; que durante años había creado una gigantesca red de corrupción para proteger y apoyar sus actividades ilícitas.
Poquísima gente sabía que con el dinero del narcotráfico había salpicado a muchísima gente del sector político, judicial y policiaco, incluyendo ex procuradores y un subprocurador de la República; al director de la PJF, y al mismísimo secretario particular del presidente Salinas de Gortari.
Se desconocía que mensualmente entregaba millonarias cantidades de dinero, a los comandantes de la PJF, lo mismo que a muchísimos políticos y funcionarios corruptos de la administración salinista.
Para saber con precisión quién era Joaquín Guzmán hasta antes de que su nombre se hiciera del dominio común, es menester remontarnos a 1993, año en el que se le involucra en el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, cuyo expediente lo conformarían miles y miles de fojas y que pasaron de las manos de un juez a las de otros jueces, sin que pudieran cerrar el caso satisfactoriamente.
Algunos de los involucrados tuvieron una muerte prematura, muy lejos de considerarse natural. Políticos destacados y altos mandos policiacos fueron señalados de estar implicados, y se hicieron por éste y otros motivos poderosos esfuerzos para echarle tierra al asunto o inventar falsos hechos y testimonios, pero fue imposible. El escándalo fue grande.
Cuando al fin se creyó haberse descubierto el hilo de la verdad, varios de los culpables tuvieron un fin trágico, antes de revelar lo mucho que sabían; otros, simplemente dejaron sus cargos políticos o policíacos por un tiempo, para luego reaparecer en la administración pública. Y allí siguen, hasta la fecha.
De los recuerdos de esta triste trama y de diversos datos incompletos formamos este capítulo, ahora que el nombre de Joaquín Guzmán Loera volvió a los grandes encabezados de la prensa nacional e internacional y los principales noticieros de la radio y la televisión, así como a las redes sociales del Internet.
Ahora que muchísimos mexicanos consideran un “engaño” el anuncio oficial de su segunda fuga de una prisión de “máxima seguridad”, por creer que está plagado de montajes y falsos testimonios, y porque en esta evasión de nueva cuenta aparece el nombre de Celina Oseguera Parra, ex directora de Almoloya y de Puente Grande (penales de los que se fugó el capo), y coordinadora general de las cárceles federales hasta el día que El Chapo decidió ya no permanecer en la de Almoloya.
“Engaño” que muchos mexicanos también creyeron cuando, en 1993, el Gobierno federal ofreció su versión oficial sobre el asesinato del cardenal Posadas; hechos que por primera vez llevaron a Joaquín a una prisión federal, de la que escaparía ocho años después, para convertirse en un hombre leyenda (Extracto del fascículo 3: La noche de El Chapo).
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