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El Cabús
El Guardavías
Para muchos de nosotros, que conocimos los viejos ferrocarriles, siempre soñamos con viajar en un tren bala, de los cuales supimos por historietas, caricaturas y documentales o películas japonesas.
De estos, algunos han tenido la oportunidad de hacerlo.
Jamás hubo punto de comparación entre el servicio ofrecido por la extinta paraestatal Ferrocarriles Nacionales de México con el de trenes de otras latitudes, la mayor parte operados por empresas privadas o de capital mixto.
Cierto, era un servicio pésimo, pero sus deficiencias formaban parte del encanto.
Amén de satisfacer las necesidades de comunicación entre cientos, seguramente miles, de habitantes en gran número de poblaciones a las que no llegaba el transporte automotor, también llenaba el espíritu aventurero de muchísimos estudiantes universitarios.
Cuando hace tres décadas, más o menos, se habló de la llegada del tren bala, que conectaría las ciudades de México y Querétaro, punto obligado de paso para los trenes que tenían como destino el norte del país, muchos mexicanos consideramos que sería un gran paso hacia la modernización de la nación.
Hoy, cuando por fin el gobierno federal ha decidido la construcción del Tren de Alta Velocidad, que además de generar inversiones y empleos agilizará el traslado de personas, resulta incomprensible que haya ciudadanos que hagan gala de tozudez y se opongan a la misma.
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