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El Cabús
El Matarieles
De los muchos recuerdos de mi todavía cercana infancia, están los viajes en viejos ferrocarriles.
En mi memoria, se conserva fresca la imagen de la vieja estación del tren en el barrio de San Lázaro, en el Distrito Federal, la cual jamás conocí al descender de los maltrechos, pero llenos de encanto misterioso, vagones.
Generalmente, era en día domingo cuando, de la mano de mis progenitores, abordaba por las tardes -¿o noches?- ese medio de transporte en Los Reyes, La Paz, en el estado de México.
Lleno de ansias, esperaba la máquina escupiendo humo y su estruendoso rechinar de fierros, para sentir el jaloneo que anunciaba el inicio del corto viaje. Apenas unos 20 kilómetros, que a los pequeños nos emocionaba.
Una vez arriba,veía intrigado al boletero. Un adulto que recorría con la vista a los pasajeros y de manera atinada extendía con una manos los tickets, a cambio de billetes o monedas, que cubrían el costo del pasaje, a quienes recién lo habían abordado.
A través de la ventanilla, recibía en mi rostro infantil el aire fresco y veía el campo.
No sé a qué hora el sueño me vencía.
Eso sí, cuando al bajar del camión me despertaban mis padres, en su brazos, y mi hermana en los de uno de ellos, me preguntaba el momento en que el viejo y largo tren se había convertido en camión, -”de los verdes”-, decíamos quienes vivimos esa época en la capital del país y su zona metropolitana.
Casi cada domingo, juraba y me retaba a no dejarme vencer por el sueño la semana siguiente, para vivir el momento en que el transporte con ruedas de fierro, que rechinaban al frenar, se convertía en autobús.
En plenitud de mi infancia, me dí cuenta que lo anterior era tan solo un delirio.
No sé a qué edad, Los Reyes Magos -en mi infancia, Santa Claus era un viejo bonachón ajeno a quienes la noche del cinco de enero lustrábamos nuestro calzado para dejar en ellos nuestra cartita a los generosos hombres del caballo, el camello y el elefante- amaneció junto al nacimiento que pacientemente habían puesto mis padres semanas antes, un trenecito.
Mi viejo, se emocionó al igual que yo, cuando armamos las vías.
Me enseñó que además de la locomotora, la mía usaba pilas, a diferencia de las de verdad, que todavía funcionaban a base de carbón, había vagones de pasajeros, góndolas, plataformas, carros tanque,de carga y cabús.
Han pasado décadas desde entonces.
Esos trenes desaparecieron. Solo quedan los de carga y, creo, uno que otro turístico.
Por eso, ahora al igual que muchos otros mexicanos, espero con nostalgia la llegada del tren de alta velocidad que unirá a la ciudad de México con Querétaro en una primera etapa.
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