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El mal del esclavismo moderno
Jerónimo Gurrola Grave
@jggrave
Mucha razón tiene indudablemente, Faustino Armendariz, obispo de Querétaro, al criticar durante su reciente peregrinación hacia la Basílica de la ciudad de México, el esclavismo moderno de que son víctima los trabajadores, como también lo hizo el papa Francisco al llamar a que “el mundo cambie el sistema y sus estructuras”, situación que ha generado inconformidad por los capitalistas conservadores de México y el mundo, manifestado a través de sus empleados, como el periodista de la cadena de televisión estadounidense Fox News, Greg Gutfeld, al acusar al Papa de marxista y comunista y llamarlo, “el hombre más peligroso del planeta”.
El Papa criticó la “avidez desenfrenada por el dinero”, a la “dictadura sutil” que condena y esclaviza a hombres y mujeres y al “nuevo colonialismo” enraizado con el sistema económico. “Queremos un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, ni lo aguantan los pueblos… y tampoco lo aguanta la “hermana Madre Tierra”, clamó el pontífice y pidió a las bases del mundo una suerte de revolución social, lo que irrita profundamente a los conservadores.
Claro ejemplo de esta esclavitud es lo que ocurre con los jornaleros del valle de San Quintín donde los campos agrícolas que producen los vegetales que se exportan a Estados Unidos tienen a sus trabajadores en condiciones infrahumanas. El salario es de 100 pesos por jornadas de hasta 15 horas, los obligan a vivir en los mismos campos, sin camas, entre ratas, sin agua corriente y casi nunca reciben la remuneración a tiempo, ya que los patrones les retienen el sueldo hasta el final de la temporada de trabajo para evitar que se vayan. Se sabe perfectamente que en los campos operan las tristemente celebres tiendas de raya que existieron durante el porfiriato en las que los jornaleros reciben créditos con interés muy alto.
Los trabajadores automotrices de la planta armadora de Mazda, en Guanajuato, son otro ejemplo de esclavitud “moderna”. Las largas jornadas de trabajo causan que varios de ellos se convulsionen, tengan problemas de columna y tendones en las manos que requieren cirugía, y en pago los patrones los retiran de la línea de armado sin recibir atención médica. Pero si el esclavismo en los trabajadores adultos es de por sí un crimen, el esclavismo infantil es el más terrible y abominable de los crímenes cometido por el inhumano sistema capitalista desde su nacimiento. Actualmente, de las niñas y niños que trabajan, el 44.1 por ciento no recibe un ingreso, el 28 por ciento recibe hasta 1 salario mínimo y solo el 8 por ciento percibe ingresos mayores a dos salarios mínimos en los campos agrícolas y en las áreas del comercio, servicios, industria manufacturera y en la construcción con largas jornadas de trabajo que les provocan graves problemas de salud y en no pocas ocasiones son violentados física y sexualmente.
De acuerdo con cifras actualizadas por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), esta situación afecta a tres millones 50 mil menores de 18 años de edad, y un millón de los menores que se localizan en los estados de Chihuahua, Querétaro, Michoacán, Aguascalientes, Durango, Coahuila, Baja California, Guerreo y Chiapas no asisten a la escuela. Bien lo dijo el Papa Francisco al final de su entrevista: “esta economía mata”.
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