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Juárez hoy y siempre
Ulises Gómez de la Rosa
Militante de izquierda
El inexorable paso del tiempo nos trae nuevamente a un aniversario más del natalicio de Benito Pablo Juárez García, esta fecha nos acerca nuevamente a la historia de la generación que fundó el Estado Mexicano moderno, definió la noción de República Mexicana y desarrollo con claridad el concepto de un proyecto liberal que ha consolidado los términos de Estado y Sociedad. Son ya 210 años desde su natalicio y la vigencia de su legado permanece incólume al paso del tiempo.
Juárez es el símbolo de la ley y la soberanía nacional en la historia de Mexico. Es el personaje, el mito, el indio de Guelatao, el hombre de la reforma, el impasible, el verdugo de la monarquia, el del apotegma de “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Es el defensor de la República, el mexicano a quien admiramos porque sabemos e intuimos que forjó lo que hoy somos, lo que es México. En el tiempo eje de la historia de nuestra Nación, en la época de la Reforma, cuando se construyó su Estado Nacional y se definió su ser Republicano y Laico, el país contó con una de sus generaciones más brillantes forjada en la meritocracia.
Nadie puede negar que aunque su lucha fue un tanto cuanto radical, sus ideas fueron progresistas y visionarias, y muchas de las libertades que gozamos hoy, son gracias a ellas. Le debemos, y no debemos escatimar reconocimiento, porque la realidad de sus acciones, siempre será superior a la leyenda. Dentro del contexto de una nueva y sana moral política, el reconocimiento al héroe, al ser humano, aquel que está dotado de un gentilicio de Benemérito de las Américas, es compromiso imprescindible, ya que cuando se es un hombre excepcional se es un hombre universal.
Dijo José María Vigil en su funerales “Los pueblos al honrar a sus caudillos, al ceñir de laureles las frentes de sus guerreros, al erigir estatuas a la memoria de sus sabios y de sus artistas, al procurar eternizar por todos los medios imaginables el recuerdo de los benefactores de la humanidad, no hacen más que obedecer a los impulsos del bello ideal que vive en su inteligencia, rodeado de los prestigios de la imaginación, sintiéndose orgullosos de sí mismos al hallarle reproducido en esas extraordinarias personalidades, destinadas a vivir en la historia, a perpetuarse en la conciencia de las generaciones futuras”.
Sin embargo, es fundamental que, junto con la remembranza, podamos ir a un análisis en el que entendamos hasta qué punto el pensamiento político de Juárez puede convivir con las necesidades actuales de nuestro país, cómo es que se conecta el momento histórico en el que vivió y al que respondieron sus grandes luchas, y lo que nuestro país vive en la actualidad. Por eso es que sin duda México le sigue debiendo una gratitud ilimitada, por haber sabido interpretar sus aspiraciones, satisfacer sus necesidades y defender su honra ante el extranjero.
México, sigue siendo, como en antaño, un lugar de desigualdades económicas y sociales, donde tanto el poder como la pobreza se ajustan con dificultad al cumplimiento general de las normas legales y, por consiguiente, la igualdad ante la ley es más bien un deseo que un valor entre la ciudadanía. Hay fueros implícitos que promueven la impunidad, y existe una costumbre centenaria de administrar la ley, no de aplicarla, los ejemplos saltan todos los días en los noticieros. Por eso la labor de Juárez y de los republicanos no fue una labor sin sentido, porque hasta el día de hoy es necesario traer a colación su actuar Republicano para que los nuevos políticos, en su actuación, dignifique nuestra vida democrática, que esos ideales forjados en el pasado fortalezca el prestigio del servidor público y que hoy en día se rescate la credibilidad de los políticos.
En este entorno, recordar la vigencia de Juárez implica, en principio, recordar el papel central que tiene en la sociedad el imperio de la ley. El sometimiento ante la misma, tanto del ciudadano como de las nuevas corporaciones y monopolios, es una condición necesaria para el desarrollo de la modernidad; si la ley no tiene aplicación general, o si carece de mecanismos expeditos de aplicación, o se le utiliza para atizar el encono político, o si se negocia su aplicación, entonces, la impunidad o la venganza se desarrollan, la seguridad se hace endeble y la sociedad se debilita.
Hoy es necesario mencionar a Juárez como un ejemplo vigente de lo que puede lograr la educación. Una educación útil tenía en su tiempo que ser laica, en el nuestro también: laica, gratuita y de elevada calidad en todos los niveles; una educación que fortalezca los valores civiles y sociales, que articule la cultura y la ciencia para descartar fanatismos e impulse el conocimiento para el bienestar; una educación que nos enseñe el pasado sin maniqueísmos teleológicos, que elimine el sentido de discriminación social, que introduzca los valores de la tolerancia y, por último, que impacte la relación ciencia-producción.
El laicismo de Juárez fue decisivo para garantizar la posibilidad de la actualización permanente del conocimiento, la certidumbre de una enseñanza no sujeta a los perjuicios y a la exigencia del sometimiento a un sólo credo, el respeto del Estado a las formas distintas de procesar una fe u abstenerse de hacerlo, la discusión libre de científicos y las libertades artísticas. El mundo del futuro siempre será de los pueblos mejor educados y aun estamos a tiempo de ser parte de ese futuro con un papel estelar. No se llega a ningún lado jalando la cuerda hacia ambos lados, es necesario que jalemos todos con el mismo rumbo y de forma coordinada.
Hoy la ciudadanía en general son los guardianes del ideario de Juárez, pero en la práctica, los políticos son los responsables de su continuidad y vigencia, de que este legado no sea un recuento histórico, sino una enseñanza viva, y hasta la inspiración para seguir construyendo el presente posible, mientras imaginamos un futuro que nos incluya a todos. De su ideario salen estas sabias palabras “Dios y la sociedad nos han colocado en estos puestos para hacer la felicidad de los pueblos y para evitar el mal que les pueda sobrevenir. Juramentos muy solemnes nos obligan a obrar así. Cumplamos, pues, con este deber sagrado, defendiendo las instituciones federativas, que garantizan nuestras libertades”.
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