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Los Tufos del Narco: El Gitano y el coronel Loaiza; Sinaloa, 1944

By en diciembre 30, 2015

José Luis García Cabrera
A Rodolfo Valdez Valdez, El Gitano,le gustaban los trabajos que armaran ruido y se realizaran a la vista de todos. Sin embargo, el de esa noche podía ser peligroso si los guardaespaldas del gobernador no lo dejaban solo, como se le había asegurado apenas unas horas antes. 

Ahora, mientras confundido con la gente bailaba con la hermosa chica en el patio decorado con azulejos pintados a mano del Hotel Belmar, de vez en vez miraba al mandatario que a unos cuantos pasos de él, bebía y charlaba animadamente con políticos, periodistas, líderes de la recién fundada Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP), y agraristas. Sólo un escolta cuidaba de sus movimientos.

El Gitano conocía todo cuanto debía saber del gobernador Rodolfo Tostado Loaiza. Era un sinaloense bajo de estatura, alegre, enamoradizo y fiestero al que le gustaba cantar su canción predilecta “El quelite”; había iniciado su carrera militar en 1913 y en Ciudad Victoria alcanzó el grado de teniente coronel, otorgado por el entonces gobernador de Tamaulipas, Emilio Portes Gil. Cuando Portes Gil llegó a la Presidencia Interina del país, lo designó subjefe y luego jefe del Estado Mayor Presidencial, otorgándole el grado de coronel. Había sido dos veces diputado federal y senador de la República, y desde el 31 de diciembre de 1940 era gobernador de Sinaloa. 

Sabía que Loaiza era un convencido cardenista y enemigo de los terratenientes y empresarios que cobraban fuerza bajo la bandera del presidente Manuel Ávila Camacho. 

Sabía que las diferencias entre Loaiza y el desaparecido Poncho Tirado se agudizaron en 1934, con la transición del Callismo al Cardenismo y el reparto de la tierra en el sur de Sinaloa. Pues si bien en esos años el interés de dotar de tierra era un principio preconizado por la Revolución Mexicana, en Sinaloa se intentó aplicar erróneamente, porque en el centro y el norte del estado había latifundios improductivos y en el sur toda la tierra estaba repartida en parcelas bajo el régimen de comunidades, desde tiempos coloniales. 

Es decir, no había tierras que repartir para la agricultura masiva y extensiva, como se pretendía, pues la mayoría era de riego temporal o estaba en la sierra o cerca del mar. 

Por otro lado, con el pretexto de hacer valer la Ley de Dotación Agraria de 1934, algunos dirigentes de los campesinos cometían toda clase de atropellos, no sólo con los terratenientes sino también con los pequeños propietarios agrícolas. 

Para contrarrestar estas anomalías, los parvifundistas y comuneros se unieron y formaron guardias blancas o cuadrillas armadas a sueldo. Desde entonces, al sur de Sinaloa empezó a llegar gente de Michoacán –la tierra del presidente Cárdenas– que se decían campesinos, a los que los pistoleros de los parvifundistas y comuneros comenzaron a enfrentar en cruentas luchas. Esto propició que aquello se convirtiera en una lucha entre bandoleros, sin más causa que la rapiña. 

Entre estos comuneros y empresarios, principalmente de vinaterías, estaba Poncho Tirado, a quien se señalaba como uno de los financiadores de El Gitano y de su grupo también conocido como Los del monte. 

A estas gavillas antiagraristas, dirigidas por Pedro Ibarra, Manuel Sandoval El Culichi, Manuel Sarabia y Rodolfo Valdez Valdez, El Gitano, mediante el mayor Leyzaola, Loaiza las persiguió sin descanso apenas tomó posesión como gobernador. A Ibarra lo detuvo en Badiraguato –para entonces ya convertido en importante municipio donde se sembraba la adormidera y la mariguana–, y lo convenció de abandonar la causa latifundista. El Culichi abandonó la lucha al ofrecerle no ser molestado por sus actividades como traficante de drogas. 

El único que no quiso pactar y continuó en la lucha antiagrarista fue El Gitano, quien también se alquilaba como matón a la banda de Pedro Avilés, el principal sembrador de amapola y mariguana de la sierra sinaloense. 

Loaiza lo persiguió, pero El Gitano siempre logró escabullirse al contar con la protección de los hacendados y los vecinos de varios municipios del sur del estado, que le temían o admiraban por sus cruentos enfrentamientos con las fuerzas federales y estatales. Para huir de sus perseguidores, lo mismo se refugiaba en las haciendas rurales o en el monte, donde era protegido por la gente de Avilés Pérez. 

Para acorralarlo, en 1943 Loaiza designó al coronel Salustio Coto, un michoacano con fama de torturador y despiadado con los forajidos, bandoleros y delincuentes, que amaba tanto o más a su Smith & Wesson, que a su mujer. La singular arma tenía cachas de oro con diamantes incrustados, y en su cañón tenía grabado el nombre de “Reina Juliana”. 

Enterado de los planes del gobernador, El Gitano ideó una perversa trampa para deshacerse del temido militar. Montado a caballo, con sus hombres dejó las haciendas de Concordia y viajó hasta Mazatlán, para a la luz del día asesinar a dos soldados que patrullaban la ciudad. Hecha la provocación se dirigió con rumbo a El Vergel, pero antes de llegar con sus matones se ocultó a las orillas de la carretera por donde tendría que pasar el coronel Salustio. Allí le gustó para tenderles la emboscada al militar y su gente. Como fue. 

Cuando el militar y sus hombres llegaron a bordo de dos vehículos, fueron acribillados a balazos. En la emboscada murieron el coronel Coto, dos tenientes y catorce soldados. El Gitano se hizo de las armas y el equipo de los muertos y, por supuesto, de la “Reina Juliana”. 

Enterado de la masacre, Loaiza calificó el atentado como un acto propio de animales, y prometió capturar y ajusticiar a los asesinos antes de concluir su gobierno. 

Ahora El Gitano estaba ahí, a unos cuantos pasos del mandatario, y confundido con la gente que abarrotaba el lugar, esperaba la oportunidad de acercársele y cobrarle las amenazas.

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Fue el general Pablo Macías Valenzuela, ex secretario de la Defensa, quien le transmitió a El Gitano que el trabajo debía realizarse la noche de la coronación de la reina del carnaval, a la vista de todo mundo. El Gitano aceptó con agrado, pues eso le daría mayor popularidad y armaría ruido no sólo en Sinaloa, sino en todo el país. 

A sus cuarenta años, Rodolfo Valdez era un individuo alto y corpulento; manipulador, al que no le importaba causar daño con tal de conseguir sus propósitos; cuando cometía un delito no sentía remordimientos ni culpa alguna; le importaba sólo su persona; era extrovertido, con delirios de grandeza y carácter impulsivo y violento. Mentía con facilidad y difícilmente se le veía llorar, porque no podía procesar sentimientos. 

Por lo mismo, no lo pensaba dos veces para asesinar, incluso a amigos o parientes. Vestía pantalones de vaquero, botas altas, camisas holgadas y desabotonadas en el pecho, sombrero vaquero y gafas para el sol, sus labios los cubría con un denso bigote oscuro, como su crespo y crecido cabello que además del sombrero lo cubría con un paliacate que en ocasiones llevaba encima de los hombros, para limpiarse el sudor y el polvo. Le decían El Gitano por su postura desfachada y los colgajos que lucía en el cuello y mangas, adquiridos de los indígenas tepehuanos y huicholes, del sur de Sinaloa.

Tanto él como su familia habían sido trabajadores de las plantaciones cañeras de don José Gárate, en el poblado Agua caliente de Gárate, municipio Concordia, donde nació en 1904. Desde muy pequeño, fue mandadero y peón del viejo hacendado, al que a partir de 1927, alos veintitrés años, demostró lealtad inquebrantable ante la llegada de la Reforma Agraria al estado de Sinaloa.

Ese año, sin que nadie se lo pidiera, se unió a los antiagraristas que defendían sus latifundios de los movimientos regionales encabezados por políticos de Culiacán y Mazatlán. Para entonces ya había ganado fama de desalmado y violento. 

Para defender a su patrón, reunió a una docena de amigos y vecinos a los que de inmediato organizó y encabezó. La gente los conocía como “Los dorados” o “Los del monte”, porque era la serranía desde donde operaban y se refugiaban cuando eran perseguidos. Su primer gran golpe lo dieron en agosto de 1928, con el asesinato de Jacobo Gutiérrez, líder de los campesinos. Muerte que agudizó el conflicto y convirtió al sur del estado en una zona altamente violenta en 1930.

Al no contar con el apoyo político del general y gobernador de Sinaloa, Ángel Flores, los agraristas empezaron a armarse contra las gavillas antiagraristas, y respondían con igual o aún mayor violencia con la que actuaban sus rivales. Flores, al igual que la mayoría de los políticos del estado, no se atrevía a contrariar a los caciques de la región que no simpatizaba con la Reforma Agraria. 

Sin embargo, para entonces ya comenzaba a sentirse el peso político del Cardenismo, corriente encabezada por el general Lázaro Cárdenas, empecinado a hacer cumplir las promesas con las que los militares habían arrastrado a la guerra a los desarrapados campesinos que necesitaban de tierras. Cárdenas, como secretario de Gobernación, exigió al gobernador Flores la designación de autoridades competentes para combatir a las gavillas armadas de los terratenientes y hacendados. Pero nada sucedió. 

Después de Jacobo Gutiérrez, los agraristas fueron encabezados por Ramón Lizárraga, El Borrego, quien para hacerles frente a los gatilleros de los hacendados comenzó a atacarlos con mayor violencia de la que actuaban éstos. Moviéndose de pueblo en pueblo y azuzando a los ejidatarios a arrebatar violentamente las tierras que se habían ganado en la Revolución.

En septiembre de 1930, El Gitano ejecutó en Mazatlán a José Esparza, otro agrarista que también movilizaba a los campesinos de La Yuca y El Verde, para obtener ejidos. La respuesta de Ramón Lizárraga fue el secuestro, tortura y asesinato de uno de los hijos del terrateniente Aurelio Haas. A partir de entonces la revancha o los ajustes de cuentas se convirtieron en algo común entre ambas facciones. 

A cada asesinato de Los del monte, los agraristas golpeaban el doble de fuerte. Las venganzas parecían tener fin en los municipios del sur de Sinaloa, principalmente en Mazatlán. Balaceras sin fin, de noche y de día, en las calles, en la sierra, en los hoteles, en los mercados. Esos municipios ganaron notoriedad por la violencia destilada de las luchas por las tierras. 

En una de esas venganzas cayó el propio Lizárraga. Se le asesinó en su domicilio, mientras dormía. Fue un duro golpe contra el agrarismo, al grado que le hizo flaquear durante los siguientes dos años. 

Parecía que nadie podría vencer a las gavillas. Sobre todo porque durante los años de lucha, primero como empresario y después como presidente municipal de Mazatlán,Poncho Tirado había hecho una defensa a ultranza del patrimonio de los hacendados, y por supuesto de las gavillas antiagraristas. Fueron los tiempos en que, apoyado por los terratenientes, comenzó a manifestar que buscaría la gubernatura del estado, que detentaba el coronel Delgado y también quería el senador y coronel cardenista, Loaiza.

La disputa concluyó, ya se sabe, con la muerte de Poncho Tirado. Homicidio que reavivó el conflicto agrarista en Sinaloa el resto del sexenio de Cárdenas, y no daba trazas de desaparecer en lo que iba del presidente Ávila Camacho, y mantenía fracturada a la sociedad sinaloense. 

Concluir ese conflicto, precisamente, había sido la orden que en privado se le había girado al general Macías Valenzuela desde la ciudad de México, quien a su vez, más tarde y también sin testigos, dio instrucciones a El Gitano. Éste último era quien debía ordenar a uno de sus hombres que realizara el encargo, cuidara de reclutar a los hombres necesarios y dirigiera la operación. Ni El Gitano ni sus hombres sabrían por qué tenía que ejecutarse aquella tarea, ni quién la había ordenado. Pero como El Gitano era un hombre que le gustaban los reflectores y el olor de la sangre, decidió hacerlo él mismo. 

Esos eran los motivos por los que la noche del 21 de febrero de 1944 estaba ahí, en el patio andaluz del Hotel Belmar, en espera del gobernador Loaiza, quien manejaba a su antojo el estado, con el pretexto de impulsar la política agrarista del Cardenismo.

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En los días del carnaval, el Hotel Belmar era el lugar preferido de los hombres de negocios, políticos, turistas, y prestigiados artistas de Hollywood, que gustaban de la abundante pesca del puerto. Aquella noche, en la que poco antes se había coronado a la reina Lucila Medrano, la gente abarrotaba el patio del famoso hotel, donde se celebraba el baile del popular y concurrido evento. 

Confundido entre las muchas parejas que alegremente bailaban al son de una Banda mazatleca, El Gitano suspiró profundo cuando observó que los acompañantes y el guardaespaldas del gobernador Loaiza le dejaban solo, para que pudiera hablar con la reina de los juegos florales. El Gitano estaba tan cerca del mandatario, que pudo oír como la hermosa chica, riendo, le decía:

–¡Cómo cree, señor gobernador. Ni lo piense. No quiero terminar en la boca de todo Sinaloa, como las otras muchachas.

Como ya casi terminaba la bella melodía, El Gitano, sin soltar a su joven pareja ni dejar de bailar, se acercó, quedando a espaldas del coronel Loaiza. Perfecto. La espera había terminado. Del resto de los guardaespaldas se había ocupado la gente del general Macías Valenzuela. No se acercarían hasta que él hubiera completado el trabajo, y aún entonces lo harían tardíamente. El Gitano desenfundó su pistola que llevaba bajo el grueso cinturón de piel, y le metió un certero balazo en la nuca.

Tras el estruendo de la detonación, los guardaespaldas rápidamente desenfundaron sus armas y corrieron hasta el gobernador. Ya era tarde. Loaiza yacía boca abajo con un agujero de bala en la cabeza. El asesino había huido, a la vista de todos, sin que nadie hubiera intentado detenerlo (extracto de Los Tufos del Narco 1 –Narcos Viejos).

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