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Los Tufos del Narco: Miguel Ángel y El Mexicano, Sinaloa; finales de la década de los setenta

By en mayo 5, 2016

José Luis García Cabrera

Aquella noche, Miguel Ángel Félix Gallardo, El Padrino, acudió a su casa de playa de la Bahía de Altata, cerca de Culiacán, para preparar los últimos detalles de la importante entrevista que tendría lugar al día siguiente con el hondureño Juan Ramón Matta Ballesteros, en la que le presentaría al colombiano Gonzalo Rodríguez Gacha, El Mexicano.Para Miguel Ángel, el día había sido de mucho trabajo, pero se sentía satisfecho.

Aunque se habían incrementado los embates de la Operación Cóndor, las pérdidas para la organización de Pedro Avilés habían disminuido gracias a que los hombres habían encontrado nuevos terrenos para sembrar la adormidera, para suplir los que eran fumigados por el Ejército mexicano. Incluso, en número, los nuevos predios eran más a los que tenían antes de la espectacular operación antidrogas ordenada por el presidente López Portillo, tal y como lo había visionado Pedro Avilés quien –cuando le enteraron de tan buenas noticias– le agradeció que lo hubiera apoyado esa decisión.

Por ello, Miguel Ángel estaba seguro de llegar a ser tan rico y poderoso como el cacique duranguense.

Después de supervisar que todo estaba en orden, tal y como él lo había previsto, Miguel Ángel se recostó en un cómodo sillón de su amplia sala, y mentalmente repasó toda la información que el hondureño le había proporcionado del colombiano Rodríguez Gacha, conocido como El Mexicano por su gusto por el folclor y la cultura mexicana.

Rodríguez Gacha, junto con Pablo Escobar y los hermanos Ochoa, eran los socios más importantes de la organización de Medellín, con docenas de matones bajo contrato, que no dudaban en asesinar al menor chasquido de sus dedos.

El Mexicano operaba desde la zona central de Colombia, donde poseía infinidad de ranchos y fincas; su fortuna estaba estimada en varios miles de millones de dólares, que repartía entre la gente más sencilla de Colombia: los campesinos, como él. Era legendario el amor que les profesaba a sus cuatro hijos y a su esposa, así como a sus caballos. Ese sentimiento sólo era comparable con la brutalidad que aplicaba a sus no pocos enemigos.

En ese repaso mental, Miguel Ángel recordó los motivos que llevaban a Rodríguez Gacha a visitarlo, según se lo habían hecho saber el hondureño Matta Ballesteros y la colombiana Verónica Rivera de Vargas, La reina de la coca, quienes a cambio de un porcentaje de lo que allí se lo lograra se lo presentarían: buscaba abrir nuevas rutas para la organización de Medellín a través de México, Haití, Los Angeles, California y Houston, Texas.

Miguel Ángel suspiró. De llegar a un acuerdo con aquel temible colombiano, que representaba los intereses de la organización de Medellín, la de Pedro Avilés, de la que él era socio al igual que Fonseca, Esparragoza Moreno, Acosta Villarreal, Caro Quintero, Barba Hernández, y los hermanos Rafael Emilio y Juan José Quintero Payán, incrementaría su poder considerablemente y le permitiría hacerse en definitiva de las vastas zonas, que desde la cárcel seguía manteniendo el cubano Sicilia, mediante El Cochiloco en sociedad con Matta Ballesteros.

Miguel Ángel intentó seguir trabajando un poco más, pero estaba demasiado cansado, y optó por reflexionar sobre lo que era su vida a los treinta y un años. No se arrepentía de nada. Al contrario, le daba gracias a Dios por su extraordinaria suerte, por el camino que había escogido once años atrás. Después de don Pedro, tanto él como Don Neto, eran los hombres fuertes de la organización.

Entonces se sintió tan feliz por el éxito alcanzado, que decidió beberse una copa antes de irse a la cama, pues en unas cuantas horas cerraría un compromiso con la organización de Medellín mediante El Mexicano, con el apoyo de Matta Ballesteros y Verónica Rivera, La reina de la coca.

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Gonzalo llegó acompañado de su viejo amigo y socio Juan Ramón y La reina de la coca. Conociendo sus gustos por lo mexicano, Miguel Ángel había dispuesto que antes de tratar tan importante asunto, su invitado fuera recibido con música de mariachi; se le ofreciera barbacoa, carnitas, chicharrón, diversas y picantes salsas, cerveza, tequila y mujeres hermosas. Gonzalo, pues, fue recibido y atendido como un rey.

En la finca en la que hablaron un día después –cuando el colombiano había superado los estragos de la cruda y repuesto de los embates sexuales que con una y otra mujer había realizado durante buena parte de la noche anterior–, Miguel Ángel quedó impresionado por la fuerza que emanaba el joven rostro de Gonzalo de treinta años.

Aunque sólo le conocía de oídas, sabía que en los últimos tiempos el colombiano había sufrido un radical cambio, al extremo de que en esos momentos Miguel Ángel dejó de considerarlo como un hombre de negocios poco escrupuloso, para verlo como un verdadero líder; como uno de los narcos más temidos de Colombia.

Su mayor talento consistía, según se decía en los periódicos y los noticieros, en que casi adolescente había dejado Pacho, el humilde pueblo donde había nacido en 1947, para irse a la Cordillera Oriental colombiana en busca de esmeraldas, a donde personalmente asesinaba a quien le encomendara Isidro Molina, El Rey de las esmeraldas.

Años después, al enterarse que el verdadero dinero se encontraba al lado de Pablo Escobar Gaviria, abandonó la búsqueda de las piedras preciosas y se le unió. Otra de las características del colombiano, era su pública aceptación de dedicarse al narcotráfico y hasta de darse el lujo de llamar a los noticieros televisivos, para que le filmaran mientras repartía dinero a los cientos de colombianos pobres que le pedían ayuda.

Realmente Rodríguez Gacha era un hombre muy querido, pero también temido en Colombia. Su porte, aunque agradable a la vista, transmitía intranquilidad al más osado. Tenía fama de ser terriblemente violento y era legendaria su admiración por México, al extremo de que a sus ranchos y fincas favoritas –circundantes a su pueblo natal– les había puesto nombres de estados y ciudades mexicanas. De ahí del sobrenombre con el que se le conocía y él gustosamente aceptaba: El Mexicano.

En conclusión, el colombiano era un individuo que no temía al gobierno ni a la sociedad, tampoco a Dios ni al Diablo, decían.

Una vez que comenzó a hablar con Gonzalo, Miguel Ángel, que para entonces también ya tenía su historia, comprobó que éste seguía siendo un hombre sencillo, como todos los campesinos de Colombia y de México. Ambos lo hicieron con cordialidad y respeto, y expresaron su esperanza de que muy pronto las cosas mejoraran para sus respectivos grupos. Luego, el colombiano le explicó a detalle sus planes y Miguel Ángel los acogió con entusiasmo, pues al fin y al cabo era un hombre siempre en busca de hacer buenos negocios.

Al final de la reunión, llegaron al acuerdo de que Gonzalo y sus socios pondrían la droga y Miguel Ángel y sus socios la recibirían y entregarían, usando sus propios medios, en California, a la gente de Medellín acantonada en Estados Unidos.

Se acordó también, que la comisión sería entre el veinticinco y el treinta por ciento del precio de venta al por mayor en el país del norte, donde el kilo oscilaba entre doce mil y catorce mil dólares. De esa manera, la comisión sería no menor de tres mil dólares por kilogramo, en promedio. Es decir, tres millones de dólares por cada tonelada.

Así nació la poderosa y violenta conexión Gonzalo Rodríguez Gacha-Guadalajara-Chihuahua

(Extracto del fascículo 2 de Los Tufos del Narco: Caro Quintero El Capo Viejo)

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