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¿Quién pagará los platos rotos a fin de cuentas?
Aquiles Córdova Moran
En mi artículo de la semana pasada dije que, en mi modesta pero libre opinión, hay un error de perspectiva política en la actual lucha magisterial, tanto en los líderes de la CNTE como en sus asesores políticos (que es obvio y seguro que los hay) al no darse cuenta (al menos en apariencia) que la reforma educativa que tan encarnizadamente combaten es parte integrante del paquete de reformas que el Gobierno actual viene impulsando desde que asumió las riendas del país, entre las cuales se destacan la reforma energética, la laboral, la de las telecomunicaciones y la reforma política (la enésima, por cierto) por así requerirlo el modelo neoliberal que nos rige, según sostienen los responsables de la política económica del régimen. Hoy quiero completar y ampliar mi punto de vista con objeto de poner de relieve las consecuencias que, de no enderezarse a tiempo, el dicho error acarreará inevitablemente sobre el modelo económico y, por tanto, sobre las mayorías empobrecidas del país.
Para empezar, hago expresa la conclusión que, a mi juicio, se halla claramente implícita en mi juicio de la semana pasada. En efecto, si yo tengo razón sobre el error de cálculo de la CNTE, de ello no derivo un llamado oficioso para que acepten mansa y sumisamente la reforma educativa del Gobierno, sino la convocatoria para que, ampliando y profundizando su punto de vista, impriman nuevo giro a su lucha enfocando sus baterías contra el verdadero enemigo (de ellos y de todos los mexicanos humildes), que no es otro que el modelo económico neoliberal, la causa de fondo no solo de la reforma educativa sino de las peores calamidades que se abaten sobre las grandes mayorías. Me refiero, por supuesto, a la enorme y creciente desigualdad social, fruto del inequitativo reparto de la renta nacional y de la riqueza social en general, y al creciente e indetenible empobrecimiento de las clases populares que el modelo neoliberal genera y fomenta.
Si los profesores en lucha, y todos los mexicanos limpios de conciencia y libres de intereses ilegítimos y de ambiciones bastardas, nos acercamos a este modo de ver las cosas, podremos fácilmente darnos cuenta de que, centrarse en combatir solo la reforma educativa echando toda la carne al asador, arriesgándolo todo, incluso la vida, solo por ese objetivo, y dejamos a un lado los problemas de más amplia y profunda cobertura, aquellos que afectan no a un pequeño sector de los trabajadores sino a todo el pueblo pobre sin excepción, estaremos cayendo en un planteamiento cuya estrechez y superficialidad no constituyen solo un error de perspectiva, como dije antes, sino de táctica y estrategia políticas que raya en el egocentrismo y en un inútil y estéril sacrificio, que bien podría consumarse en favor de otras tareas más urgentes, trascendentes y fecundas. Podremos darnos cuenta que esta lucha parcial y unilateral, cualquiera que sea su resultado, incluso en el caso de que logre doblegar al gobierno, redundará irremediablemente en perjuicio del pueblo pobre y marginado no solo porque en las banderas de la lucha magisterial no se inscribe ninguna de sus demandas urgentes y legítimas (quizá por eso se ha mantenido relativamente al margen del conflicto), sino también porque sus hijos, los que están en edad de educarse, tampoco ganarán mucho con volver a la situación que había antes de que el gobierno lanzara su reforma. Esa educación era pésima, deficiente y nada liberadora de la juventud y de las grandes mayorías del país, como lo prueban irrefutablemente todos los largos años en que tal modelo educativo estuvo vigente.
Nuestro rezago educativo es incontrovertible y es conocido por el país y el mundo enteros, aunque deba reconocerse que no todos lo entienden de la misma manera ni concuerdan en las metas que el sistema educativo debe perseguir y alcanzar en beneficio de todos, y, por tanto, tampoco en los cambios y modificaciones que hay que introducir en el modelo para hacerlo más eficaz. Pero, a pesar de esto, sigue siendo cierto que la educación nacional, tal como venía funcionando hasta antes de la reforma, generaba pésimos resultados, a grado tal que sus podridos frutos no eran (no son) aprovechables ni por Dios ni por el diablo, es decir, ni por las fuerzas y las clases dominantes del sistema ni por quienes luchan por un país nuevo, distinto y mejor para todos y no solo para unos cuantos privilegiados. De esto se deriva una conclusión de hierro: urge una reforma educativa de fondo para que este país marche mejor, para que haya hombres nuevos, más y mejor capacitados para criticar el neoliberalismo rampante que nos agobia y para proponer un modelo de desarrollo que nos saque de la miseria y el atraso en que nos debatimos; hombres que solo pueden ser forjados por la reforma de que hablamos. De no hacerlo así, estaremos ayudando a que persista y florezca a sus anchas el modelo neoliberal; y los males que genera no solo se eternizarán, sino que se harán cada vez más profundos y lacerantes, sin que haya más culpables que nosotros mismos. Ése es el riesgo de persistir en el error.
Creo que es momento de decir, por esto, que los profesores en lucha tienen razón al criticar la reforma educativa del Gobierno, tanto por su contenido y sus metas como por la forma autoritaria en que se ha tratado de imponer. La pregunta inevitable es: ¿y qué proponen ellos? ¿Dónde está su propuesta de reforma seria, profunda e integral para reemplazar a la oficial? Quien esto escribe ha seguido con atención el desarrollo del conflicto magisterial, los discursos y pronunciamientos a que ha dado lugar, y debe confesar que en algunas ocasiones, pocas por cierto, ha escuchado que los líderes magisteriales afirman tener una propuesta propia, superior a la del Gobierno; ha creído entender, además, que su exigencia de diálogo es, precisamente, para exponer y discutir esa su propuesta de reforma. Pero el hecho es que nadie conoce esa reforma (salvo quizá sus autores), cuando lo lógico era esperar que la misma hubiera sido objeto de una amplísima difusión para conocimiento de la opinión pública, sobre todo si se busca su apoyo decidido y consciente. Acepto que esto no es prueba de que el documento no exista, pero sí lo es que a los profesores, como al Gobierno, la opinión pública nacional les tiene sin cuidado. Por tanto, en el supuesto de que llegara a aceptarse su reforma propuesta, será tan impositiva como la que impugnan. Y algo más: será la reforma de una parte muy minoritaria del magisterio nacional e ínfima y numéricamente insignificante frente a los 120 millones que, aproximadamente, somos hoy los mexicanos. Sin embargo, el sistema educativo nacional es para los hijos de todos (y mayoritariamente para los hijos de las clases pobres); por tanto, cabe la pregunta: ¿es acaso justo y democrático que a esta inmensa masa de niños y jóvenes se les imponga un modelo educativo diseñado por la ínfima minoría de profesores que militan en la CNTE?
El lunes 20 de los corrientes, los noticiarios nocturnos de televisión difundieron el texto de un mensaje escrito por el Presidente de la República en su cuenta de Twitter en el que afirmaba haber girado instrucciones “para que se resuelva el conflicto”. Sorprende y preocupa este mensaje, primero, porque debe descartarse radicalmente la posibilidad de que el señor Presidente haya sabido desde siempre cómo resolver el conflicto, puesto que, en ese caso, no se explicaría su prolongación y agudización en perjuicio de la paz y la tranquilidad públicas. Por tanto, queda abierta la posibilidad de que el breve mensaje nos anuncie la decisión de conceder a la CNTE lo que ha venido exigiendo todo este tiempo, es decir, echar abajo la reforma educativa y volver a dejar en sus manos la educación nacional. Todo el daño que la virulencia de la lucha magisterial ha causado hasta hoy ha recaído casi exclusivamente en el pueblo trabajador, el único desnudo e indefenso ante las fuerzas en conflicto; si ahora se decide volver al punto de partida para apagar el conflicto, quien más perderá será otra vez ese mismo pueblo y sus hijos, necesitados de una educación de calidad. Es decir, pase lo que pase, es el pueblo pobre quien al final paga los platos rotos. No hay más salida para él que hacer caso a los antorchistas, que los llaman a unirse, organizarse y concientizarse para tomar en sus manos su propio destino y el del país entero. No hay de otra.
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